Adivinarse al escribir

Hace unos días leí dos artículos de José de la Colina y aunque ambos parecen desconectados entre sí, en uno hablaba sobre la “historia casi universal de la adivinanza” y en el otro sobre los íncipits o los modos de iniciar un texto; algo se comenzó a tejer en mi mente y es la idea de que muchas veces nos descubrimos sólo al escribir.

Ya sea una noche despejada con los rayos lunares colándose por la ventana, una noche de truenos y lluvia fina, o ya sea una noche calurosa en la que los mosquitos se adhieren al sudor de los brazos, sucede, casi siempre, que quien escribe no tiene claro a dónde va. No palabra a palabra, idea a idea. Y no importa la noche, el pulso que embarca a escribir siempre tiene algo a la deriva. Me refiero, desde luego, a quienes han desarrollado o cultivado el hábito de la escritura, no a quienes escriben un recado o mandan un texto de mensajería instantánea.

Por lo regular, a quien escribe se le presenta una especie de intuición por algo a descifrar, o develar o desanudar, un pequeño nudito que se le teje en el pecho y a la luz de diferentes letras poco a poco va deshaciendo en pequeñas cifras de frases, párrafos o hasta hojas que le ayudan a decir algo, a adivinarse en la escritura. La persona que escribe puede tener presente ciertas ideas que quiere expresar, la intención, hasta el esquema. Pero no es hasta que toma la libreta y la pluma, prende la computadora o desbloquea el celular para abrir una aplicación de notas, y escribe, que comienza a adivinar esa intuición sin importar cuánto tiempo la haya dejado madurar. Porque es lo que se captura, lo que puede ser adivinado. Lo que se deja en el aire de una idea fugaz de la sinapsis, queda en eso, en algo abandonado al vacío de millones de conexiones neuronales.

Esta palabra lleva a esa otra, y esta frase a esa otra, y este párrafo a ese otro y tal hoja, a la hoja tal. Y puede ser, las más de las veces, que se sienta un impulso a volver a leerlo todo para decir: esto no era lo que quería decir. Y entonces se edita, se reescribe y algo se teje en el aire, otra vez. Todo lo que escribimos refleja una parte de nosotros, pero nosotros, no siempre somos eso. Ya lo decía Eduardo Galeano “somos eso que hacemos para no ser lo que somos” y entonces, al releer lo escrito antes, adivinamos que ya no somos eso, y rescribimos, y otra vez, se busca adivinarse en la palabra escrita, en otro íncipit.

Publicado en Revista Mujeres Shaíque (noviembre, 2020).

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